hombres buenos
Les invito a hacer un ejercicio de imaginación. Piensen que van paseando por Madrid. Hace sol, el cielo muestra un azul intenso y no hay ninguna nube a la vista. Pasean con sus familia y/o amigos. Llevan una botella de agua en la mano izquierda y en la derecha un móvil o cámara, porque no dejan de hacer fotos. Claro que es una tarea complicada, pues la cantidad de turistas a esquivar impide hacer capturas con la calma que estas necesitan. ¿A qué se debe tal cantidad de visitantes? Bueno, señores, no les debería extrañar. Se encuentran en el mismísimo Barrio de las Letras, lugar de peregrinación para cualquier aficionado a la Literatura. Es lógico, pues allí vivieron Góngora, Cervantes, Quevedo, Lope de Vega… Cualquier parisino se sentiría en Montparnasse, pero la realidad es bien distinta.
No, no es un lugar de peregrinación. Los conocedores saben de la importancia de estas calles, de la historia que atesoran, del olor a tinta y a pluma, a papel rasgado por las palabras, a teatro, a esperpento, a poesía… a Cultura. Pero lo que debería ser una Meca de la Literatura apenas es recordado con alguna que otra placa conmemorativa, citas en el suelo o una Casa-Museo dedicada a Lope. Es curioso, pues en muchos otros países europeos (por no decir cualquiera) la situación sería otra. Pero en España es bien distinta.
Conocedor de ello, el prolífico escritor Arturo Pérez-Reverte ha querido transmitir esta idea a sus lectores. La idea de que en España parece que estamos condenados a una marginación de la Cultura (pese a su histórico potencial) en todos los ámbitos posibles. Pero esta vez con ciertas dosis de optimismo. Hombres buenos (Alfaguara, 2015) es un canto de esperanza dedicado a aquellos que creen en la Cultura. Aquellos que querrían ver el Barrio de las Letras como un orgullo para todos los patriotas que lejos de creer en banderas e himnos de postín creen en una lengua que ha servido para generar en ambos lados del Atlántico auténticas obras de arte que perdurarán en la Historia. O eso esperamos esperan.
Hombres buenos es la historia del almirante don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes Molina, ambos académicos de la Real Academia Española, que reciben la difícil tarea de ir en busca de la Encyclopédie francesa, de D’Alembert y Diderot. Nada más y nada menos que 28 tomos de una encuadernación de la Razón misma que buscaba a finales del siglo XVIII servir de luz entre una inabarcable oscuridad. No será un viaje fácil, pues habrá quienes sientan esa oscuridad como su hogar, un mar manso en el que nadan a gusto junto a una ignorancia que impide el desarrollo auténticamente libre de la sociedad. Es esa ignorancia la que refuerza al yugo, y los defensores del yugo siempre han peleado y pelearán porque aquella sea imbatible. Esto es, metafóricamente hablando, lo que plantea la novela del cartaginés.
Los años en los que se desarrolla la obra son tiempos convulsos. En esta época se produjo un auténtico enfrentamiento entre la Razón y un pensamiento dogmático y reaccionario. Nuevos pensadores, filósofos y científicos aportaron lo suficiente para engendrar la liberación de la Trece Colonias británicas en Norteamérica y el caldo de cultivo de lo que luego fue la Revolución Francesa. Nuevas ideas que optaban por un pensamiento racional, empírico y alejado del misticismo más rancio. Hasta España tenía un monarca medianamente ilustrado, como fue Carlos III, aunque monarca al fin y al cabo. Porque también eran años de Inquisición, de un poder eclesiástico inmovilista que se aferraba a una subjetiva voz celestial que servía de guía en su represión.
«Qué triste. Los españoles seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos. Empeñados en apagar las luces allí donde las vemos brillar»
Es precisamente por esto por lo que el camino, viaje, o más bien periplo de don Pedro Zárate y don Hermógenes no es tarea fácil. Es más, serán dos de sus compañeros académicos los que tratarán de impedir que las ideas que representa la Encyclopédie lleguen a España. Estos son Manuel Higueruela y Justo Sánchez Terrón. Ambos dos inteligentemente elegidos por Reverte para representar a la oscuridad, al poder reaccionario, con sus dos caretas. El primero es un periodista ultraconservador y católico que cree en la sotana como única autoridad. El segundo es un filósofo liberal, de ideas radicalmente opuestas a Higueruela pero tan vanidoso y presumido que solo cree en su filosofía como la única vía de escape posible. Y aquí no vale aquello de que los extremos se tocan, pues realmente jamás llegan a tocarse. Es más, se repugnan, pero los intereses comunes les une hasta un punto deleznable.
Hombres buenos es una novela con tres ingredientes que sustentan la trama; por un lado, la minuciosa descripción y contextualización del momento; por otro, la reflexión, con la que el escritor plantea el debate y muestra las ideas de la época para deleite del lector atento. Son los personajes de la novela los que sirven para poner voz a las ideas ilustradas de los siglos XVII-XVIII y es la forma en que Reverte demuestra que son ideas más de actualidad y necesarias que nunca. El tercer ingrediente es la aventura. La trama no deja de ser un viaje peligroso, con obstáculos a superar y situaciones de acción y tensión que inquietan a los lectores. De hecho, el libro comienza con un duelo en pleno París, un hábito de la época. El equilibrio entre estos tres ingredientes son los que marcan el tempo de la novela y es precisamente esta armonía lo que la enriquece sobremanera.
Debo decir, pese a que no soy muy ducho en el terreno de los refranes, que no todo el campo es orégano. Y es que en ocasiones el mentado equilibrio no siempre se mantiene, y hay determinadas partes de la novela en las que la trama se inclina en exceso a favor de uno de los tres pilares. Especialmente cuando incide demasiado en la relfexión ilustrada, que en ocasiones se torna repetitiva, o una aventura no tan intensa e inquietante como otras escenas. Pero Reverte es perro viejo, y para tratar de evitar esto introduce un ejercicio de metalitertura refrescante, que no es otro que ciertos momentos de la narración ambientados en la actualidad y que tienen como protagonistas al escritor y el proceso de escritura de la novela. Con ello, el autor invita al lector a acompañarle en el viaje, hacerlo partícipe. Ello permite a los que tienen el libro en sus manos descansar de la trama y conocer anécdotas divertidas como la ardua tarea de investigación para dar verosimilitud a la historia y ofrecer unas cuidadas descripciones de la ciudad parisina, de la época, la ruta de y lugares visitados por los protagonistas, las vestimentas, los discursos de los diferentes personajes o los intereses y aficiones de las gentes, tanto en España como en Francia.
París cobra una dimensión especial y se nota que es una ciudad a la que el escritor tiene mimo. De sus protagonistas, sobre los que sobrevuela cierta inspiración quijotesca, la única pega que les pongo es que el favorito de Reverte es el almirante, quedando el bibliotecario demasiado fijo en su papel de bonachón simpático, fiel e inteligente. Pero no debemos olvidar que la espina dorsal de la trama es la amistad que se forja entre estos dos hombres buenos que tienen la mejor de las intenciones. No quiero terminar sin mencionar al abate Bringas inspirado en un personaje real, un visceral revolucionario cuyos diálogos divierten como pocos; o Pascual Raposo, el principal antagonista y brazo ejecutor de la pretendida censura del periodista Higueruela y Sánchez Terrón. De las páginas protagonizadas por Raposo destaca su carácter introspectivo, en las que reluce el diálogo interior y que produce, pese a ser el personaje más violento de la trama, una extraña calma en el lector. Y no digo más.
Por cierto que Hombres buenos no deja de ser un juego, y un juego de los complicados, que exigen al lector. Esto es así porque todo es real y a la vez no lo es. Pérez-Reverte juega con los nombres, con las citas, con una mezcla de realidad y ficción que, esta vez sí, se mantiene durante toda la novela en pie, sin traspiés alguno, capaz de engañar, cariñosamente hablando, a los lectores más inteligentes. Pese a no ser perfecta, se trata de una novela que he disfrutado mucho gracias no solo a su planteamiento y su reivindicación de la Cultura, sino también a su capacidad para entretener e instruir por igual. Es posible que muchos aficionados a la lectura no suelan leer a Reverte por su carácter de «best-seller«, entendiendo esto, si es que es posible, desde un punto de vista peyorativo. Pese a que esto siempre me ha parecido un error, a todos ellos les invito a leer Hombres buenos. Creo, de verdad, que se reconciliarán con el escritor. Que lo hagan al menos porque tienen el Barrio de las Letras como su centro de peregrinación particular.
tengo algunas preguntas sobre los personajes:
. En esta novela hay dos personajes, don Hermógenes Molina y Pedro Zarate, como son ellos,¿ su personalidad?,¿ las diferencias entre ellos?,¿ donde radica y se demuestra su bondad?, ¿su mision la pueden cumplir?, dicen que la estructura de esta novela es interesante. ¿Qué le aporta al lector y a la historia esa estructura?
en los dos tipos narradores, en los ires y venires del siglo XXI al siglo XVIII.
quiero ver si me va a gustar el libro y de paso si lo escojo tener algunos complementos de mi ensayo