alarico el grande
Alarico I. Alaricus Rex. Isla de Peuce (Rumanía), 365-370 – Cosenza (Italia), XII.410. Rey de los godos (395-410).
Alarico pertenecía a uno de los dos más nobles y prestigiosos linajes godos, al de los Baltos, iniciándose con él la línea de los llamados Baltos “recientes”, verdadero fundamento de la etnogénesis visigoda y dinastía del llamado reino godo de Tolosa (418-507).
Aunque se ignora a ciencia cierta quién fue su padre, no cabe duda de que tenía que haber ocupado un puesto prominente entre los godos asentados al norte y al sur del Danubio en la segunda mitad del siglo IV.
Por ello lo más lógico sería pensar en Atanarico, el famoso juez supremo de los godos tervingios o vesios (365-381), y al que la tradición goda del siglo VII consideraría el fundador de la monarquía visigoda, a pesar de haber sido un persecutor del cristianismo.
Otra alternativa, defendida sin mayor argumentación por H. Wolfram, sería hacerle hijo de Alavivo, un reiks y jefe tribal, y en razón de su nombre un Balto pariente cercano de Atanarico, que condujo al grupo principal de los tervingios a atravesar el Danubio en el 376 en compañía de Fritigerno. Su inmediata desaparición explicaría más fácilmente el conflicto y profunda enemistad entre Fritigerno, pronto convertido al cristianismo arriano, y Atanarico. En ese caso se explicaría mejor la facilidad con que Alarico lograría la unidad en su jefatura de ambos grupos godos antes enfrentados.
La primera aparición en la historia de Alarico I es de fines del verano del 391, cuando irrumpe en Tracia al frente de un grupo guerrero compuesto de godos, pero también de otros elementos étnicos bárbaros, y derrota al propio emperador Teodosio I (fallecido en 395) en el río Hebro, quebrando así el tratado de colaboración (foedus) que este último había firmado con los godos vesios en 382. Pero derrotado al año siguiente por el generalísimo imperial Estilicen (408) Alarico y sus guerreros volverían a la alianza imperial.
Al frente de un gran regimiento federado de godos Alarico combatió en el ejército de Teodosio que obtuvo la gran victoria del río Frígido sobre el usurpador Eugenio el 5-6 de septiembre del 394. Las fuertes pérdidas sufridas en este combate por los godos de Alarico y la decepción que pudo sufrir el mismo al no ser nombrado para un gran generalato imperial pudieron influir en la gran rebelión goda que encabezó Alarico al año siguiente. Aunque más decisiva sería la muerte el 17 de enero de ese año de Teodosio, y el predominio que en la corte de su hijo Arcadio tenía el burócrata Rufino (muerto en 395), un conocido germanófobo. Temiendo Alarico la supresión de entregas de soldadas y raciones de alimentos para sus guerreros habría optado por adelantarse a los acontecimientos. La invasión de Grecia protagonizada por Alarico ya la hizo como reconocido jefe (filarca) tribal de todos los godos federados de Tracia.
De esta manera el noble Balto habría transformado lo que en origen pudo ser una modélica proclamación como “rey militar” (Heerkönig) en una realeza étnica, apropiándose para el futuro la representación exclusiva del pueblo (gens) de los godos libres, reduciendo a un estatus de subordinación al resto de los nobles con sus clientelas militares. Aunque no todos estos últimos aceptaran de buen grado esa situación, como sería el caso de algunos miembros del linaje greutungo de los Rosomones, al que pertenecían el mortal enemigo de Alarico, Saro (fallecido en 412), y su hermano, el posterior rey visigodo Sigerico (muerto en 415). Y tampoco la etnogénesis de los “godos de Alarico” supuso la integración de todas las comunidades populares y jefes con sus clientelas militares de los godos cisdanubianos, quedando así al margen los godos de Nicópolis (“godos menores”), o los grupos liderados por gentes como los tervingios Fravita (cónsul del 401) y Gainas (fallecido en 400), y el pariente greutungo de éste, Tribigildo (muerto en 399-400), que optaron por hacer una carrera militar en el ejército imperial. A consolidar esa posición contribuyeron sin duda su linaje, su prestigio militar y también alguna alianza con otros grupos nobiliarios godos, como pudo ser su matrimonio con una hermana de Ataúlfo (muerto en 415). Era éste un jefe Balto que lideraba un importante grupo de godos establecido en Panonia, del que formaban parte no sólo tervingios sino también greutungos con algún miembro del prestigioso linaje de los Amalos incluido. La unión de Ataúlfo, al frente de un numeroso grupo de guerreros, en buena medida jinetes, a los godos de Alarico en 408 sería decisiva para la culminación de la etnogénesis de los “godos de Alarico” o visigodos.
A partir del 395 y hasta su muerte a finales del 410 Alarico y sus godos protagonizaron una increíble epopeya, que los llevó desde el bajo valle del Danubio hasta el sur de Italia, en una serie interminable de encuentros armados con los ejércitos imperiales de Oriente y Occidente y otra de fracasados pactos y alianzas con los diversos gobiernos de Constantinopla o Rávena. La razón de tan paradójica conducta no sólo se basó en la mayor o menor fortaleza momentánea de ambos contendientes y en las contradicciones de unos gobiernos y generales imperiales alternándose entre la idea de alejar o aniquilar definitivamente a esos molestos bárbaros o la de pactar con ellos y sus jefes para fortalecer sus ejércitos, además de la enemistad durante años entre Constantinopla y Rávena. También explica la paradoja el mismo norte de toda la carrera y política de Alarico I, que no fue otro que crear un reino étnico de sus godos en suelo del Imperio y reconocido por éste. Un objetivo que hay que decir que Alarico no consiguió.
Posiblemente el fracaso se explique en último término porque el godo trató de realizarlo en áreas que eran demasiado vitales para el Imperio, tanto desde el punto de vista estratégico como de los mismos intereses de la oligarquía romana dominante. Tal habría sido el caso del Ilírico, disputado por los gobiernos de Constantinopla y Rávena. Por eso tal vez al final Alarico trató de pasar con su pueblo al norte de África, una región separada por mar de cualquier gobierno imperial, que sólo hizo fracasar la impericia marinera de los godos. Los principales hitos militares y diplomáticos de esa epopeya migratoria serían los siguientes.
Con escasa oposición pudo Alarico entre el 395 y el 397 atravesar y saquear gran parte de Grecia, desde Tesalia al Peloponeso; aunque las ciudades bien amuralladas, como Atenas, pudieron resistirse. La caída de Rufino y la llegada del generalísimo occidental Estilicen con nuevas tropas posibilitaron un acuerdo con Alarico, militarmente debilitado. En virtud del cual el godo recibía el generalato del Ilírico (magister militum per Illyricum) y permiso para establecerse con su pueblo en el Epiro. La pobreza del lugar, ya muy esquilmado por las razzias bárbaras, aconsejó a Alarico a probar suerte en la parte occidental del Imperio. El 18 de noviembre del 401 Alarico penetraba en Italia sin dificultad, aunque no pudo tomar ni Aquileya ni después la metrópoli milanesa. Seguido de cerca por el ejército de Estilicón, Alarico se vio obligado a presentar batalla en Pollentia el 6 de abril del 402 (o 29 de marzo de 403). Sería la mayor derrota sufrida hasta entonces por Alarico, perdiendo en ella su campamento, botín, mujer e hijos, aunque salvó casi toda su caballería. Sin embargo, en un acto incomprensible para muchos romanos contemporáneos Estilicón dejó escapar al godo y a los restos de su ejército y pueblo, incluso pudo llegarse a entrar en negociaciones para un nuevo tratado, mientras los godos se mantenían al norte del río Po, en Verona. Es posible que el general romano conociera bien las clientelas militares y la dinámica de la “realeza militar” germánicas, y que con cierto fundamento esperase una pronta desintegración de la de Alarico, pudiendo así integrar en las filas del ejército imperial a sus guerreros e incluso al propio rey godo. Máxime cuando en julio o agosto del 402 Alarico volvía a ser vencido, tras un extenuante bloqueo, en Verona por las armas imperiales. La de Verona sería la mayor derrota de toda la carrera de Alarico, con su conglomerado gótico comenzando a desintegrarse, uniéndose al ejército imperial nobles godos como Ulfila y el Rosomón Saro con sus poderosas clientelas. Pero lo que sucedería habría sido muy diferente. El deseo de Estilicón de utilizar a Alarico contra el gobierno de Constantinopla en su reclamación del Ilírico occidental le hizo firmar un nuevo tratado con el godo. Nombrado de nuevo generalísimo del Ilírico, aunque por el gobierno occidental, Alarico y sus godos se comprometían a permanecer a disposición de éste al otro lado de la frontera romana en Dalmacia y Panonia. Tal vez la monarquía militar de Alarico se hubiera desintegrado algún tiempo después si no hubiera sido por un nuevo acontecimiento inesperado.
En 405 una multitud de bárbaros de diverso origen, dirigidos por el godo Radagaiso, invadió Italia. Aunque Estilicón en el verano del 406 los derrotó por completo en la batalla de Fiésole, el 31 de diciembre de ese año otra masa bárbara atravesaba el Rin y penetraba en las Galias, lo que ayudó de inmediato al éxito en esas tierras del usurpador británico Constantino III (fallecido en 411). Toda la estrategia de Estilicón se había venido abajo. El 22 de agosto del 408 el generalísimo era juzgado y ejecutado por sus numerosos enemigos de la Corte de Rávena, imponiendo ahora una política de total intransigencia con los godos, mientras hasta unos treinta mil soldados de origen bárbaro del ejército de Estilicón occidental optaban por correr a unirse a Alarico. Sólo el Rosomón Saro permaneció fiel al Imperio, esperando tal vez ocupar el lugar del desaparecido Estilicón.
Con esos refuerzos Alarico se habría sentido de nuevo fuerte para invadir Italia, plantándose ante la ciudad de Roma a finales del 408. Aunque la ciudad se salvó contra el pago de un fuerte tributo, al poco las fuerzas de Alarico se vieron de nuevo reforzadas con la llegada de su cuñado Ataúlfo al frente de guerreros godos y hunos de Panonia, en su mayor parte jinetes. Sin embargo, también Alarico se veía cada vez más presionado por las dificultades de alimentar a su crecido ejército y pueblo, con una Italia empobrecida y una inflación galopante por efecto del enorme botín. Alarico ofreció así al gobierno de Rávena un nuevo acuerdo, en el que se contentaba con la entrega del Nórico como patria para sus godos “aliados” y la entrega anual de raciones de harina para sus soldados. Una oferta que fue rechazada por la intransigencia de algunos cortesanos del emperador Honorio (muerto en 423). De modo que Alarico creyó necesario romper definitivamente con ese gobierno imperial. A finales del 409 se encontró nuevamente el godo y su ejército ante Roma acordando con el senado la sustitución de Honorio por el prefecto de la ciudad, el senador Prisco Atalo, y su propio nombramiento como generalísimo del ejército occidental (magister utriusque militiae praesentalis). Sin embargo, la exigencia de Alarico de realizar una expedición militar a África, para asegurarse las provisiones para su ejército, no pudo aceptarse por Atalo, pues África era el granero también para la ciudad de Roma. Ante ello Alarico consideró oportuno sacrificar a su emperador y entrar así nuevamente en negociaciones con Honorio. Pero cuando éstas iban por buen camino la enemistad personal de Saro las hizo fracasar, atacando imprevistamente al ejército de Alarico acampado cerca de Rávena.
Desesperado Alarico se vio forzado a dar un paso que podía considerarse definitivo de ruptura con el gobierno de Rávena, e incluso hasta con cualquier idea de integración en el Imperio. Así el godo marchó de nuevo sobre la ciudad de Roma que cayó, por traición, en sus manos el 24 de agosto del 410. Durante tres días la Ciudad Eterna fue víctima de un sistemático saqueo por los godos. Inmensas riquezas acumuladas en la ciudad durante siglos cayeron en manos de Alarico, entre ellas algunas procedentes del tesoro del antiguo templo de Jerusalén, como sería la famosa mesa de Salomón, joya del tesoro real visigodo hasta la invasión islámica del 711. Y lo que podía tener incluso más valor: la princesa Gala Placidia, hermana de Honorio e hija del gran Teodosio, fue hecha allí prisionera.
La toma de Roma por los godos, la primera vez en ochocientos años que la ciudad caía en mano de gentes externas, tuvo un eco enorme entre los contemporáneos. Todo un mundo parecía que venía a su fin, surgiendo entonces un debate sobre las causas de la decadencia romana, en la que intervinieron intelectuales cristianos y paganos. Isidoro de Sevilla (fallecido en 636) a principios del siglo vii legitimó la soberanía del reino hispanogodo frente al imperio de Constantinopla en la toma de Roma por Alarico. Pero la verdad es que desde el punto de vista militar el hecho no tuvo excesiva importancia, pues ni provocó la caída del hostil gobierno de Rávena ni solucionó los problemas logísticos del ejército godo, sino todo lo contrario. Por eso antes que finalizase el buen tiempo Alarico abandonó Roma para intentar migrar a África con todo su pueblo. Sin embargo, la falta de experiencia marinera y las tormentas otoñales impidieron el paso del estrecho de Mesina. Había que esperar a una nueva estación propicia viviendo sobre el terreno en la poco saqueada Campania o conseguir en un puerto de Nápoles los barcos y tripulantes necesarios. Pero en el camino Alarico moriría antes de finalizar el año en Consenza. Su ejército le hizo un enorme funeral. El curso del río Busento fue desviado para enterrar en su lecho al Rey con un gran tesoro, que se convertirían así en imposibles de encontrar al volver las aguas a su curso. Su enterramiento seguía modelos escíticos del bajo Danubio y del mar Negro, pero también indicaba que sus sucesores no tenían en mente permanecer en Italia.
Alarico había fracasado en su objetivo final de encontrar una patria segura para su pueblo-ejército en el interior del Imperio. Ni siquiera lograría que un hijo suyo heredase su puesto. Pero la etnogénesis que había logrado a partir de elementos étnicos heterogéneos, donde no sólo había godos, fundada en torno a la nueva realeza de los Baltos perduraría indestructible por mucho tiempo. Sus sucesores Baltos, Ataúlfo y Valia (fallecido en 418), lograrían esa patria, y al final un descendiente directo de Alarico, Teoderico I (418-451), reinaría en el reino establecido firmemente sobre ella.
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Luis Agustín García Moreno
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