tomas de torquemada
Torquemada, Tomás de. Torquemada (Palencia), 1420 – Ávila, 16.IX.1498. Primer inquisidor general, confesor real de la Orden de Predicadores (OP).
Según C. Cienfuegos (1895: 49) nació en Valladolid en 1420 de la noble familia de los señores Torquemada, pero Hernando del Castillo, mejor informado, había escrito en 1584: “Fue natural de la villa de Torquemada, diócesis de Palencia, y tomó el hábito y profesión de la Orden de Predicadores en el Monasterio de San Pablo de Valladolid” (pág. 469). A la noticia dada por Hernando del Castillo hay que añadir el año de nacimiento que da Cienfuegos, pues es el cierto, y a Castillo se le quedó en blanco; tampoco está muy claro que los padres de Tomás, que fueron y se llamaban Pedro Fernández y Mencía Ortega, perteneciesen a la nobleza leonesa-castellana, ya que, según dicen en voz baja los documentos, eran oriundos de conversos, aunque, eso sí, conversos de verdad y leales servidores de la Corona, y habían “ennoblecido” en virtud de ello. El padre fue regidor de la villa de Torquemada, y obtuvo panteón familiar en la capilla del Crucifijo, en la iglesia del Convento de San Pablo de Valladolid, donde estaba enterrada la esposa, Mencía Ortega. Pedro Fernández de Torquemada, al adquirir y contratar el patronato de la capilla-panteón, figura como “vecino de Valladolid” en el protocolo del escribano que dio fe. Quizá se había trasladado a esa ciudad, pero también es posible que sea un dato ficticio o acomodado. La familia, pues, residía en Torquemada cuando Tomás nació.
Lo que sí parece digno de tenerse en cuenta al aproximarnos a Tomás de Torquemada es que su padre era hermano de fray Juan de Torquemada, dominico en San Pablo de Valladolid, al que fray Luis de Valladolid —adalid de la reforma y embajador del rey don Juan II en el Concilio de Constanza, en el que se dio mate al Cisma de Occidente y se eligió Papa único a Martín V— llevó como compañero y socio, siendo entonces fray Juan joven profesor de la naciente Universidad pinciana y futura lumbrera como teólogo de los Concilios de Basilea y Florencia, así como cardenal (1439), mecenas de artistas (al beato Angélico le encargó los frescos del claustro del Convento de la Minerva), autor de la Suma de Eclesial (Roma, 1489) y poseedor de la biblioteca o “librería más bella” que hubo en su tiempo, según él mismo afirma (Archivo Histórico Nacional, Clero, leg. 449).
Tomás va a seguir sus huellas y va a imitar, en lo posible, su ejecutoria. Como el tío, entró dominico en San Pablo de Valladolid, demostró parejo talento, se entregó con tesón “a la observancia” y a la Teología. Devoto y discípulo de la Summa theologiae del Aquinas y devoto y discípulo de la Summa de Ecclesia de su tío, fue profesor en San Pablo y en Piedrahita, roca fuerte de los observantes, y prior de Santa Cruz de Segovia.
Siendo prior de Segovia conoció, a través de la familia Hernán Núñez Arnalte María Dávila, a la princesa Isabel, futura Reina. Hernán Núñez fue tesorero de los Reyes Católicos; nombró a fray Tomás y a su esposa testadores suyos. La Reina, favorecedora de personas inteligentes y virtuosas, eligió al “Prior de Santa Cruz”, como le llaman sin más los documentos de la época y los adversarios, que no lo van a perder de ojo, confesor y consejero.
Algo de su vida y de sus servicios testimonia en la siguiente carta: “A los virtuosos e devotos señores e homes buenos de la villa de Torquemada. Virtuosos e devotos señores: Con estos vuestros vecinos e parientes recibí vuestra letra, e por cierto ove mucho placer con ella y recibí mucha consolación en saber de la buena salud de todos vosotros. Plegue a Nuestro Señor Jesucristo de la conservar y llevar adelante a su servicio como deseáis.
”Cuanto a lo que decís de la ayuda para la obra que se face en la iglesia de santa Olalla de esa villa, que habéis menester más de lo que he dado, por cierto bien me pluguiera de lo facer por muchas razones, pero al presente no puedo por estar ausente de la Corte, a do esto de partida. Desque allá fuere, placiendo a Nuestro Señor, trabajaré con el Rey e la Reina, nuestros señores, cómo vos fagan alguna ayuda, como bien veréis.
”En lo que decís del arrendamiento de las alcabalas de esa villa, yo fablé con don Abraham Señor cerca dello en presencia destos vuestros mensajeros, y me dijo como por este año estaba ya fecha la renta a Diego de la Muela, que la ha tenido los años pasados. Pero que en los años venideros faría todo lo que yo quisiese e mandase, y así se fará como a vosotros cumpla.
”La acémila que me enviaste vos agradezco, pero para conmigo non era nin es menester enviarme semejantes cosas: que es cierto yo vos la tornara a enviar, sino porque non vos corriérades dello. Que yo, loado Nuestro Señor, bien tengo nueve acémilas, que me bastan. Que las cosas que a vuestras personas e honras, e al bien de esa villa cumpliere, sin nada de esto soy yo obligado a lo facer por la naturaleza e crianza de esa villa, e deudo e amor que a todos tengo.
”Nuestro Señor vuestras virtuosas e devotas personas conserve en su santo servicio. De este monasterio de Santa Cruz de Segovia, a 17 de agosto de [14] 90 años. A lo que a vuestra honra cumpla muy presto, Fray Tomás, prior” (H. del Castillo, 1584: 469-470).
La carta ofrece un dato indicador: el bienhechor y amigo de sus paisanos está preparando un viaje a la Corte. Corre el verano de 1490, los Reyes están en Córdoba preparando la toma de Granada. A esas alturas cronológicas fray Tomás de Torquemada atraviesa en el momento culminar de sus servicios a la Corona como confesor, consejero y, sobre todo, como inquisidor general. Repasando los hitos cronológicos anteriores, se puede fijar la mirada en los siguientes: en 1478 los Reyes suplican a Sixto IV que conceda a fray Tomás de Torquemada facultades para poder confesar en la Corte. El Papa accedió a la súplica, y quedó, por tanto, en el grupo de confesores reales. De suyo, el ministerio podía reducirse al confesionario. Pero en muchos casos, y éste es uno, conllevaba ser consejero de gobierno. Consta que fray Tomás, hombre de confianza de los Reyes Católicos, actuó como hombre de Estado. Bajo este aspecto, hoy se conoce el Memorial programático que escribió y entregó a la Reina sobre tres aspectos importantes: la vigilancia y control de los regidores de las ciudades y villas, exigiéndoles un estricto cumplimiento de sus deberes; la “cura” de la epidemia o peste de “blasfemos, hechiceros, y adivinos” o tahúres que pululaba por todo el país; y el “encerramiento” de los judíos en aljamas o barrios propios, con puertas cerradas por la noche, para evitar turbulencias entre ellos y los cristianos. El Memorial —que hay que datar en 1479, y que Lea, tan hurón de documentos inquisitoriales, no olió— es capital para conocer a Torquemada como hombre de Estado. De hecho, las Cortes del Reino, celebradas en 1480 en Toledo, acordaron que los judíos morasen en barrios centrales, como medida preventiva de posibles y temidos disturbios y choques con los cristianos. La medida no surtió los efectos apetecidos, como reconocen los Reyes en el decreto de expulsión de los judíos, promulgado el 31 de marzo de 1492, en el que también cabe suponer el consejo de fray Tomás de Torquemada, que a la sazón llevaba casi diez años de inquisidor general.
Al referirse al oficio de inquisidor, se toca el epicentro de la biografía de fray Tomás de Torquemada; no hay más remedio que ocuparse de él, no de soslayo, sino de frente. Hay que decir antes que el Memorial es un espejo en el que se refleja fray Tomás como consejero y se vislumbra ya como inquisidor. De momento, el Memorial evidencia que el “Prior de Santa Cruz”, confesor y consejero de los Reyes Católicos, opta decididamente, como opina Pilar H. Criado, que conoce el documento, “por la constitución del nuevo estado en el que la monarquía debía jugar un papel de suma importancia controlando a los funcionarios públicos y asegurando la eficacia de su gestión”; y tampoco “el poder real debía verse condicionado por el poder financiero de un grupo social que no compartía su misma ideología” religiosa. En suma: los fundadores del Estado español moderno lo estructuran sobre sólidas bases de unidad política (una corona), de unidad geográfica (un reino), de unidad religiosa (una fe profesada, la católica).
Es obvio que el grupo étnico judío dio origen a tensión y disgregación sociales. La medida de que morasen en aljamas o barrios especiales, que los judíos han practicado en todos los países (los guetos típicos), se ordenaba a que no se alterase la convivencia de cristianos y judíos, y que se respetase la religión hebrea. Lo que echó a perder la tolerancia, convirtiéndola en beligerancia, fueron los judíos, convertidos a la religión católica en falso, es decir, perseverando en su fe y en sus ceremonias y costumbres de puertas adentro, en secreto; católicos por el bautismo cristiano, criptojudíos en realidad. Un ojo avizor como el de Torquemada veía en los “falsos conversos” un peligro para el Estado y para la Iglesia. Su tío, el cardenal, fue el “defensor de la fe”, honroso título que le dio Eugenio IV; en la vida del “cardenal de San Sixto”, como se le llama en los documentos de la época, su lema proclamado era: “Ecclesia, non ecclesiae”, es decir, “Iglesia, no iglesias o sectas”. La herejía es siempre, recuerda en la Summa de Ecclesia, ruptura y corrupción de la unidad de la fe católica. Tomista de cepa, fray Juan de Torquemada, profesa la doctrina de santo Tomás de Aquino, que compara la herejía a la falsificación de la moneda: los falsificadores de moneda desestabilizan y hunden a un país, y son reos de muerte; los herejes desestabilizan y rompen y corrompen la fe cristiana, y, según el derecho penal medieval, son también reos de muerte (cf. Summa Theologiae, II-II, 9. 11, 2-3).
Si no se tienen en cuenta estos datos y estos axiomas, en vano se intentará explicar —y explicar no es justificar, sino entender— la Inquisición medieval, fundada por los papas, y su tardía heredera la Inquisición española. La medieval funcionó en Aragón con cierta flojera: en Castilla no se implantó hasta 1478, el 1 de noviembre, por la bula Exigit devotionis de Sixto IV, a súplica o petición de los reyes Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. La intervención de los Reyes entra dentro del ramo de las regalías hispanas, y va a hacer que la Inquisición española sea no exclusivamente papal, sino mixta: los Reyes proponen candidatos a inquisidores, el Papa los preconiza o nombra, y éstos actúan según el derecho canónico y según las leyes generales del reino y las propias. Es ociosa toda discusión o cuestión bizantina sobre si la Inquisición española fue eclesiástica o civil. Lo importante es que fue moderna, como el Estado, y mucho más poderosa y más rigurosa que la pontificia —en esto coinciden tirios y troyanos, sus apologistas y sus adversarios—, tremendamente eficaz como brazo de hierro del Estado hasta 1812.
El objetivo primordial, aunque no exclusivo, de la implantación de la Inquisición en la España de los Reyes Católicos fueron los “falsos conversos”. A los judíos puros o no convertidos se les permitía practicar su religión sin molestarles.
¿Qué intervención tuvo fray Tomás de Torquemada en la implantación del Santo Oficio español? En la implantación y en los primeros pasos, poca o ninguna. Como se sabe, los Reyes no ejecutaron de inmediato la bula fundacional de Sixto IV. Sólo el 17 de septiembre de 1480 fueron nombrados inquisidores Miguel de Morillo y Juan de San Martín, y asesor Juan Ruiz de Medina, y fiscal Juan López del Barco; el primer Tribunal fue abierto en Sevilla.
La actuación de los primeros inquisidores no fue manca, ni tampoco muy experta. Desde la inauguración del Tribunal se despertó recia oposición, e incluso desbandada de los “falsos conversos” a los dominios de las familias nobles andaluzas, y un intento de conjura, en 1480, según Cristóbal Núñez, capellán real y bibliotecario de la “santa Iglesia de Sevilla”.
La actuación del primer Tribunal no fue del agrado del Papa fundador, Sixto IV, que trató de ponerle frenos, ni tampoco del agrado de los Reyes, que la consideraron excesiva e insuficiente a la vez, y decidieron nombrar nuevos inquisidores y abrir nuevos tribunales, con el beneplácito del Papa: una bula de Sixto IV, de 11 de febrero de 1482, aprueba el nombramiento de siete nuevos inquisidores, el último de la lista fray Tomás de Torquemada.
Tampoco resultó muy satisfactoria, ni apenas se conoce, la gestión de ese grupo. Así se llega al instante crucial y trascendental: el nombramiento de fray Tomás de Torquemada como primer inquisidor general de Castilla en 1483, extendido a Aragón por la bula Supplicari nobis de 17 de octubre de ese mismo año. La del primer nombramiento pontificio de Torquemada no se ha hallado, pero ciertamente es de los primeros meses de 1483, ya que a ella se alude en la del segundo. Fray Tomás de Torquemada organizó la Inquisición moderna española dotándola de personal subdelegado, abriendo tribunales, dirigiéndola y, sobre todo, dándole un corpus de leyes e instrucciones para su funcionamiento. Con premura fue modificando y corrigiendo y completando esas leyes en consulta con sus auxiliares. Las primeras Instrucciones las dio en Sevilla, en 1484; las segundas, en diciembre del mismo año y en el mismo lugar; he aquí el íncipit o principio: “Por mandado de los serenísimos Rey e Reina, nuestros señores, yo, el Prior de Santa Cruz, confesor de Sus Altezas, Inquisidor General por autoridad apostólica en los reinos de Castilla e de Aragón, ordené los artículos siguientes cerca de algunas cosas tocantes a la Santa Inquisición e a sus ministros e oficiales, los cuales capítulos mandan Sus Altezas se guarden y cumplan, y yo, de parte de Sus Altezas y por la autoridad susodicha así lo mando, y son las que siguen”. El largo epígrafe da cuenta y razón del contenido de las Instrucciones, sin que sea menester detallarlas.
El proceso más traído y llevado de la Inquisición de Torquemada es el de los judíos conversos que profanaron una hostia consagrada y crucificaron a un niño en La Guardia (Toledo) (1490-1491). La historiografía judía ha propalado que fue todo un montaje de Torquemada. Pero el texto del proceso no permite tales subterfugios, pues sigue las Instrucciones con una fidelidad y un rigor estrictos.
Fidel Fita lo publicó, y las viejas y modernas hermenéuticas —digan lo que digan Lea y Netanyahu— no destruyen la verdad histórica, dura, cabal y real. Por extraño que suene, el proceso no lo hizo personalmente Torquemada, aunque él lo orquestase, ordenando que los presos —inicialmente en Astorga, y luego en Segovia— fuesen llevados a Ávila, donde a la postre se tramitó y se pronunció la sentencia y se ejecutó en auto de fe, en 1491.
Al año siguiente, el 2 de enero 1492 se consumó la reconquista con la toma de Granada. Año “felicísimo”, según lo califica un cronista del reinado de los Reyes Católicos por ese hecho, y por el Descubrimiento del Nuevo Mundo, y por la fundación de Santa Cruz la Real, y no tan feliz opinan muchos hoy, por el decreto (31 de marzo de 1492) de expulsión de los judíos. En este decreto es lógico que tomase parte activa fray Tomás de Torquemada, pero no en la forma que la leyenda dice. En la fundación de Santa Cruz la Real no sólo tomó parte, sino que a él se debe, y con una finalidad abiertamente encaminada a la reevangelización del Reino granadino. La cruz de La Española se yergue aún frente a la media luna de la torre de la Vela. Se conserva el diploma funcional de Santa Cruz la Real, firmado por los Reyes el 5 de abril de 1492, y concedido a fray Tomás: no tomó posesión de los solares —las huertas y palacio de la reina Dal-Horra—, sino su delegado, fray Alonso de Valisa, prior de Santo Tomás de Ávila, fundado también por Torquemada. Curiosamente, nadie ha mentado su fundación de Santa Cruz la Real de Granada, a pesar de ser un claro exponente de su ideología político-religiosa.
La vida personal de fray Tomás de Torquemada fue, según los antiguos cronistas, la de un religioso austero y severo, y aún sus críticos modernos no dejan de admirar que rechazase el arzobispado de Sevilla con que los Reyes quisieron premiar sus servicios.
Hernando del Castillo narra que a partir de 1496 se retiró al Convento de Santo Tomás de Ávila, que había construido, gracias a las donaciones de sus mecenas Hernán Núñez-María Dávila, y de los Reyes Católicos. Aún en el retiro continuó en su cargo de inquisidor general, aunque Alejandro VI le había dado en 1494 cuatro inquisidores auxiliares subalternos: Martín Ponce de León, arzobispo de Messina; Íñigo Manrique, obispo de Córdoba: Francisco Sánchez, obispo de Ávila; y Alonso Suárez de Fuentelsaz, obispo de Jaén.
Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, “ha sido desde siempre y sigue siendo el más vilipendiado” de todos los inquisidores, apunta Ángel Alcalá, traductor de la Historia de la Inquisición Española, de Henry Charles Lea (1983: I, LXXIX). Mienta a Sabatini, a Lucka, a Jouve, a Hope, y pudo mencionar también a Lea, que lo tilda de “rígido e inexorable”, y de urdidor del “atroz” proceso de La Guardia. La historia objetiva no da pie para tales dicterios. El favor que le dispensaron los Reyes Católicos no hubiese florecido si el “Prior de Santa Cruz” no poseyese ejemplares virtudes. En una carta que le escribió Fernando el Católico desde El Viso, el 22 de julio de 1487, la acaba con una prueba de “regia” amistad: “vos ruego mucho, le dice, que de la salut de vuestra persona continuamente me fagades sabidor”.
Fray Tomás de Torquemada falleció en Ávila el 16 de septiembre de 1498.
Obras de ~: Memorial del Prior de Santa Cruz a la Reina Católica, s. f. (Archivo General de Simancas [AGS], Diversos de Castilla, 1479, leg. 1, n.º 78); Carta a los vecinos de Torquemada, Segovia, 17 de agosto de 1490; Instrucciones del Oficio de la Santa inquisición, s. l., 1484 (Archivo Histórico Nacional, secc. Inquisición, lib. 1225); Declaración que hizo en Sevilla fray Tomás de Torquemada para que los que hubieran contratado con penitenciados por el Santo Oficio no perdiesen sus derechos al serle confiscados los bienes a éstos, año 1484 (en AGS, secc. Patronato, leg. 2860).
Bibl.: J. de la Cruz, Crónica de la Orden de Predicadores, Lisboa, 1567, fol. 256; H. del Castillo, Historia General de Santo Domingo y de su Orden, t. I, Madrid, Francisco Sánchez, 1584; L. Páramo, De origine et progressu Officii S. Inquisitionis, Madrid, Tipografía Regia, 1598; M. Colmeiro, Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla, vol. II, Madrid, Real Academia de la Historia, 1884, págs. 50-66; F. Fita, “La verdad sobre el martirio del santo niño de La Guardia”, en Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH), XI (1887), págs. 7-134; C. Muñoz, “Los conjurados de Sevilla en 1480”, en BRAH, XVI (1890), págs. 555-560; C. Cienfuegos, Breve reseña histórica del Real Convento de Santo Tomás de Ávila, Madrid, 1895; B. Llorca, Bulario de la Inquisición española, Roma, Pontificia Università Gregoriana, 1949; T. de Azcona, Isabel la Católica, Madrid, La Editorial Católica, 1964 (col. Biblioteca de Autores Cristianos [BAC], vol. 237); G. Fraile, “Torquemada, Tomás de”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, págs. 2576-2577; J. Pérez Villanueva (ed.), La inquisición Española. Nueva visión, nuevos horizontes, Madrid, Siglo XXI, 1980; J. Meseguer, “Instrucciones de Tomás de Torquemada a la Inquisición”, en Hispania Sacra, 34 (1982), págs. 197- 213; H. Ch. Lea, Historia de la Inquisición española, trad.
de A. Alcalá y J. Tobío, t. I, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1983; D. González-Reviriego, “El primer inquisidor general de España”, en El Diario de Ávila, 14 y 19 de octubre de 1983, pág. 19; J. Pérez Villanueva y B. Escadell Bonet (dirs.), Historia de la Inquisición en España y América, t. I, Madrid, BAC-Centro de Estudios Inquisitoriales, 1984; P. H. Criado, “El inquisidor general fray Tomás de Torquemada. Una inquisición nueva”, en J. Contreras (ed.), La inquisición española. Nuevas aproximaciones, Madrid, Centro de Estudios Inquisitoriales-Ediciones Nájera, 1987, págs. 7-51; A. Larios Ramos, “Torquemada y la inquisición moderna”, en Á. Huerga et al., Los inquisidores, Vitoria, Fundación Sancho el Sabio, 1993, págs. 61-102; Á. Huerga, “La reconquista de Granada y Santa Cruz la Real”, en Santa Cruz la Real. V Centenario, 1492-1992, Granada, Convento de Santa Cruz la Real, 1995, págs. 189-199; Santa Cruz la Real. 500 años de historia, Granada, Universidad, 1995; G. Martínez Díaz, Bulario de la Inquisición española, Madrid, Editorial Complutense, 1999; B. Netanyahu, Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo xv, Barcelona, Crítica, 1999; J. Pérez, Breve historia de la Inquisición en España, Barcelona, Crítica, 2003.
Álvaro Huerga Teruelo, OP
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