carabagio baco
hace gala de un escorzo perfecto —véase la fuerza de los músculos tensos, la soltura con la que se desliza la tela sobre su pecho fornido—, sino el carácter de festejo desenfrenado que retorcía a la capital italiana durante el siglo XVII. Está la fruta, está el vino y, sobre todo, está la mirada seductora del dios del libertinaje, que parece sostener una promesa de sobriedad perdida en la mano izquierda, dentro de la copa que ofrece a sus invitados.
El personaje encarna las características que definen al maestro milanés: está el manejo perfecto de la tridimensionalidad, el carácter sensorial de los elementos representados, y esa manera tan particular de Caravaggio de aterrizar en un plano terreno aquello que se tiene como sagrado. Baco no es más que un anfitrión más de los bacanales romanos en la pieza: ése que siempre invita otra copita, ése que se ríe con todos los presentes, ése que está dispuesto a otro trago más.
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